Soul music by Terry Pratchett

Soul music by Terry Pratchett

Author:Terry Pratchett [Pratchett, Terry]
Language: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
Publisher: ePubLibre
Published: 1994-01-01T05:00:00+00:00


Una temprana niebla de madrugada llenaba las calles. En los alrededores de la universidad, quedaba esculpida en formas curiosas por la leve radiación mágica de fondo. Sobre los adoquines mojados se movían cosas con perfiles extraños. 'Dos de ellas eran Odro y Cliff.

—Bueno, aquí estamos —dijo el enano.

Alzó la mirada hacia una pared desnuda.

—¡Lo sabía! —exclamó—. ¿No te lo había dicho yo? ¡Magia! ¿Cuántas veces hemos oído esta historia? Hay una tienda misteriosa que nadie había visto antes, y entonces alguien entra y compra alguna vieja curiosidad oxidada, y resulta que…

—Odro…

—… es alguna clase de talismán o una botella llena de genio y entonces, cuando hay problemas, vuelven allí y la tienda…

—¿Odro?

—… ha desaparecido misteriosamente y regresado a cualquiera que fuese la dimensión de la que vino… Sí, ¿qué pasa?

—Estás en el lado equivocado de la calle. Es aquí.

Odro contempló la pared desnuda; luego dio media vuelta y cruzó la calle con paso firme.

—Es un error que hubiera podido cometer cualquiera.

—Ajá.

—No invalida nada de lo que dije.

Odro sacudió la manecilla y, para su sorpresa, descubrió que la puerta no estaba cerrada.

—¡Son más de las dos de la madrugada! ¿Qué clase de tienda de música está abierta a las dos de la madrugada? —dijo, encendiendo una cerilla.

El polvoriento cementerio de viejos instrumentos se elevaba alrededor de ellos. Parecía como si un montón de animales prehistóricos hubieran quedado atrapados en una riada instantánea y luego se hubiesen fosilizado.

—¿Qué es eso de ahí que parece un serpentón? —susurró Cliff.

—Es lo que llaman un Serpentón.

Odro estaba empezando a sentirse incomodado. Había sido músico durante la mayor parte de su vida. No soportaba ver instrumentos muertos, y aquellos estaban muertos de verdad. No pertenecían a nadie. Nadie los tocaba. Eran como cuerpos sin vida, personas sin alma. Lo que antes contuvieron se había ido ya. Cada uno de ellos representaba a un músico al que se le había terminado la suerte.

En un bosquecillo de fagots había un estanque de luz. La anciana señora estaba profundamente dormida en una mecedora, con una labor de ganchillo encima del regazo y un chal alrededor de los hombros.

—¿Odro? Odro dio un salto.

—¿Sí? ¿Qué?

—¿Por qué estamos aquí? Ahora ya sabemos que el sitio existe…

—¡Quiero veros agarrando el techo, truhanes! Odro parpadeó ante el dardo de ballesta que le estaba pinchando la nariz y levantó las manos. La anciana había pasado del sueño a la postura de disparo sin atravesar aparentemente ninguna fase intermedia.

—Esto es lo mejor que puedo hacer —dijo—. Esto… verá, la puerta no estaba cerrada, y…

—Así que pensasteis que podríais robar a una pobre anciana indefensa, ¿verdad?

—En absoluto, en absoluto, de hecho nosotros…

—¡Estoy inscrita en el plan brujeril de vigilancia vecinal! Una sola palabra mía y te encontrarás dando saltos por ahí en busca de alguna princesa con una fijación por los anfibios…

—Me parece que esto ya ha ido bastante lejos —replicó Cliff. Bajó un brazo y su manaza se cerró sobre la ballesta. Luego la apretó y cayeron trocitos de madera de entre sus dedos.

—Somos bastante inofensivos —dijo—.



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